Escritos by Karl Kraus

Escritos by Karl Kraus

autor:Karl Kraus [Kraus, Karl]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1989-01-01T05:00:00+00:00


La superficie se halla en la raíz y se agarra a ella. El sometimiento de la humanidad a la economía le ha dejado tan sólo la libertad de enemistarse, y, al igual que el Progreso le afiló las armas, creó para ella la más mortífera de todas, una que más allá de su necesidad sagrada la liberó incluso de su última preocupación, la de su bienestar terreno: la prensa. El progreso, que también tiene a la lógica a su servicio, replica que la prensa no es más que uno de los gremios que viven de una necesidad previa. Mas si esto es tan verdad como correcto y la prensa nada más una reproducción de la vida, de eso ya entiendo yo, puesto que sé también cómo está hecha la vida. Y una mañana turbia se aclara y encuentro sin querer que la vida es nada más una reproducción de la prensa. Como en los días del Progreso he aprendido a valorar la vida en poco, tenía que sobrevalorar a la Prensa. ¿Qué es? ¿Sólo un mensajero? ¿Uno que nos incordia dando además su opinión? ¿Que nos martiriza con sus impresiones? ¿Que nos trae a la vez que los hechos la forma de representárselos? ¿Que nos tortura con sus detalles sobre los pormenores de informes acerca de ambientes o con su visión de las observaciones acerca de pormenores que se refieren a detalles y con sus sucesivas repeticiones con todos ellos? ¿Un mensajero que arrastra tras de sí todo un séquito de personalidades informadas, enteradas, introducidas y destacadas que deberían darle el refrendo y la razón, gorrones importantes de los superfluo? ¿La prensa un emisario? No: el acontecimiento. ¿Un discurso?: no, la vida. No sólo se arroga la pretensión de que sus noticias sobre los acontecimientos son los verdaderos acontecimientos, también hace realidad esa identidad inquietante gracias a la cual siempre se da la impresión de que los hechos se propagan antes de que se hagan, y a menudo también la posibilidad y en todo caso la circunstancia de que los reporteros de guerra, claro, no puedan ser espectadores, pero los guerreros se conviertan en reporteros. En este sentido acepto con gusto que se me diga que he sobrevalorado a la prensa todos los días de mi vida. No es un mensajero —¿cómo iba un mensajero a exigir y obtener tanto?—, es el acontecimiento. Una vez más el instrumento se nos ha vuelto a ir de las manos. Hemos entronizado al hombre que ha de informar del ardor del fuego, al que debería desempeñar el papel más bajo en el Estado, sobre el mundo, sobre el fuego y sobre el hogar, sobre los hechos y sobre nuestra fantasía. Pero al igual que Cleopatra, expectantes y decepcionados, también deberíamos golpear al mensajero por su mensaje, al que le traía noticias de un matrimonio que aborrecía, y se las adornaba, le hizo responsable del matrimonio. «Vierte en mi oído jugosas nuevas, que hace mucho está dispuesto… ¡La más venenosa de las pestes te



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